lunes, 26 de abril de 2010

Tras Babilonia

En el fondo del puerto una prostituta ofrece sus servicios; al lado una monja, los suyos. Y yo que nada tengo que vender, sumo y resto. A mi lado, el caballero nos pasa revista a las tres, me toma de la mano y yo abrazo el poste donde se recuesta la puta sonriente. Bueno, al fin, las tres somos espejismos y cada una porta un objeto de irrealidad co(s)mica: calculadora, espejo y escapulario. Claro, yo sumo con mi ábaco religioso, promediando los billetes de cada caballero en un lógica proporcional a la barriga y aditamentos en el cinturón.

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